sábado, 4 de agosto de 2012

El Sueño de Laurino


        
Laurinho tenía tan solo ocho años, pero era muy despierto e inteligente.

Cierto día, en el colegio, él escuchó a la profesora hablar sobre la existencia del “alma” explicando que ella es inmortal y, por ello, ya existía antes de esa vida y continuaría existiendo después de la muerte del cuerpo. 

Para finalizar, la profesora que era espírita completó:

El sueño es un estado muy parecido al de la muerte, porque el espíritu se desprende del cuerpo y va para donde quiera irse. La diferencia es que, el sueño lo recordamos todas las mañanas; y, cuando ocurre la muerte del cuerpo material, el espíritu no vuelve más a habitar aquel cuerpo de carne.

Laurinho escuchó con mucha atención y se preocupó con las palabras de la profesora.

En verdad, no entendía muy bien como eso podría pasar. Además, no sabía si creía en “espíritus”.

Será que tenemos de verdad un alma o espíritu?. Preguntó.

Nosotros no tenemos un alma o espíritu, Laurinho. “Nosotros somos” el espíritu, respondió la profesora.

Laurinho estaba sorprendido. El nunca oyera a nadie hablar sobre ese asunto!

Así, volvió pensativo y con muchas dudas para casa, el resto del día no consiguió pensar en otra cosa.

Por la noche, hizo una pequeña oración para Jesús, que su madre le enseñara, y se acostó. No tardó mucho y ya estaba dormido.

Algún tiempo después, Laurinho se despertó. Sintió sed y fue a por agua.

Se notaba más ligero, bien dispuesto. Al mirar su cama, se llevó un susto. Se vio a si mismo durmiendo.  

¿Cómo podría estar en dos lugares al mismo tiempo?...

Se acordó de lo que había dicho su profesora.

Que Guay! Entonces, ese es mi cuerpo espiritual y estoy fuera del cuerpo de carne!

Le pareció graciosa la situación, salió de su habitación y caminó por la casa. 

Sus padres aún estaban despiertos y Laurinho vio a su mamá en sus labores de tejer y a su papá leyendo un libro en su silla de balancear preferida.

Fue hasta la cocina a beber agua, pero no consiguió coger el vaso, pues su mano pasaba por él sin conseguir atraparlo.

Vio a su gatito Xuxu que estaba ronroneando en un rincón de la cocina y fue a jugar con él.

Xuxu! Xuxu!.  Le llamó.

El gatito se despertó, soñoliento. Laurinho se acercó y le acarició, erizando sus pelos, maulló y corrió a esconderse en la habitación junto a la cocina, y se acostó en medio de toda la ropa, como si tuviera miedo.


Laurinho resolvió dejar a Xuxu tranquilo y volver a su habitación.              

Al pasar por el salón, vio al abuelo Carlos al lado de su mamá. El abuelo, sonriente, le dijo:

Cuida de tu mamá para mi, Laurinho. Dile que estoy muy bien.

El niño, ya con sueño, volvió para su habitación y se acostó.

Al día siguiente, Laurinho se despertó temprano para ir al cole. Se cambió la ropa y se fue a desayunar a la cocina donde su mamá le preparaba el desayuno.

Se sentaron. La señora le comentó, mientras ponía la leche a su tasa:

Que raro! No sé dónde está tu gatito. Siempre que nos sentamos a la mesa para las comidas, Xuxu se acerca para que le demos algo. Estoy despierta desde hace horas y todavía no ha aparecido.

En aquel momento, Laurinho recordó al sueño que tuvo y le afirmó:

Sé levantó, fue hasta la habitación junto a la cocina, abrió la puerta y Xuxu salió estirándose perezoso.

¿Cómo sabias que él estaba ahí?, preguntó su papá, curioso.

Laurinho les contó su sueño, dejando a sus padres sorpresos. Después continuó:

Y hay más... El abuelo Carlos, que estaba en el salón a tu lado mamá, me pidió que te cuidara y que te dijera que él está muy bien.

Emocionada, la señora, cuyo padre había muerto hacía unos meses, exclamó:

Pero tu abuelo ya murió, hijo mío!

Pues yo le he visto muy vivo, mamá. Y ni siquiera me acordé que ya estaba muerto.

Los padres de Laurinho no pudieron contener su satisfacción y se abrazaron, dándose cuenta que algo grandioso había pasado en aquella noche.

Ellos, que no creían en nada, sentían ahora una nueva esperanza en sus corazones, gracias al sueño de su hijo Laurinho.

Y el niño, de ojos muy vivos, dijo:

Mi profesora tenía la razón, la muerte no existe…!!


Tía Celia.

Traducción: Isabel Goncales e revisao Yolanda Duran

Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.


Las historias relacionadas aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual, actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores para sus clases de evangelización.  Fuente :http://www.searadomestre.com.br/

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Ejemplo de Humildad




Hace mucho, mucho tiempo atrás, en un humilde y pequeño establo, algunos animales hablaban, cambiando ideas sobre sus vidas.

Y el buey, muy manso decía con su voz grave y paciente:

Todo lo que hacemos es trabajar de sol a sol. Empujo el arado revolviendo la tierra para la siembra, y conduzco la carroza con tranquilidad y alegría ejecutando mi trabajo sin protestar. El señor puede contar conmigo, que estoy siempre firme en el servicio, pero jamás recibí una sola palabra de ánimo.


El caballo, que rumiaba en un rincón, estaba de acuerdo balanceando la cabeza:

También he dado lo mejor de mí, llevando al señor para todas partes, caminando grandes distancias bajo el sol abrasador, la lluvia fría o el frío inclemente. Pero he recibido apenas el latigazo en el lomo como pago por mis servicios.


El borrico levantó la cabeza, triste y suspiró:

He cargado cargas muy pesadas y nunca las derramé, ni me negué a cumplir mis tareas, aun nunca recibí una ración extra en agradecimiento por mis esfuerzos.

La vaca, que amamantaba a su becerrito recién nacido, irguió los ojos grandes y húmedos y comentó:

También yo he sentido en la piel la ingratitud del hombre. No contento en retirarme la leche con que alimentar a sus hijos, no es raro que desagregue a nuestra familia, matándonos por placer para alimentarse de nuestras carnes, utilizando la piel para la confección de calzados y ropas.


La ovejita que todo oía en silencio, y que de mirada soñadora observaba a través de la puerta el cielo de un azul profundo y limpio, cubierto de estrellas, suspiró y dijo con su voz tierna:

Estoy de acuerdo que todos tenéis una parcela de razón. Tampoco yo no estoy libre de malos tratos, aunque colabore siempre con mi lana para que el hombre confeccione abrigos con que protegerse del frió. ¿Pero sabéis lo que oí decir el otro día? Que es esperado un Mesías con toda ansiedad. Dicen que él vendrá del cielo para amar a los hombres en la Tierra, y para conducirlos al regazo de Nuestro Padre.

Y los animales, atentos y curiosos, sintiendo una esperanza nueva, le pedían a una sola voz:

¿Y qué más dicen de ese Mesías enviado por Dios? Cuéntanos... cuéntanos...

Y la ovejita, orgullosa de sus informaciones, proseguía:

Dicen también que él dará a cada uno según sus propias obras. Por eso, tengamos confianza en Dios que nunca nos desampara.

Mas reconfortados y confiados, los animales en aquella noche soñaron con el Mesías, que cada uno imaginaba conforme sus gustos y necesidades, y que sería el Salvador del Mundo.

Al día siguiente vieron que se aproximaba, viniendo por el camino, un hombre que conducía un borrico, cargando a una joven de bello y dulce semblante.


Como no habían conseguido alojamiento para pasar la noche, se contentaron con aquel humilde establo.

Parecían exhaustos del largo viaje y la joven esperaba a un hijo pronto.

Con espanto, los animales vieron al hombre amontonar la paja, improvisando una cama para la joven.

Algunas horas después nacía un lindo bebé, bajo la vista cariñosa y atenta de los animales.

En el cielo una gran estrella surgía, prenunciando un acontecimiento nada común y, rodeando el pesebre, transformado en una improvisada cuna para el recién nacido, los animales se sintieron compensados por todo el sufrimiento de sus vidas, conscientes de la gran importancia de aquel acontecimiento.


Y, en la paz y quietud del ambiente sencillo, reconocieron en aquella criatura al Mesías, el Cristo de Dios, que nació en la Tierra para enseñar el Amor, pero que prefería como testimonios mudos de su nacimiento, no a los hombres, si no a los humildes, laboriosos y dulces animales de la creación.


Tía Celia.

Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.


Las historias relacionadas aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual, actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores para sus clases de evangelización.  Fuente: http://www.searadomestre.com.br/

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En el Camino de Emaus



Cleofás y un compañero caminaban por un camino que conducía a una aldea llamada Emaus, distante once kilómetros de Jerusalén. Hacían el trayecto a pie, como era costumbre en aquella época entre las personas sin recursos.

Mientras caminaban, ellos iban hablando. Se sentían amargados. Jesús había sido crucificado y ellos relataban sobre los trágicos acontecimientos que habían ocurrido y lamentaban la muerte del Maestro que nunca más podría estar con ellos.

Así decían, cuando se aproximó un hombre y comenzó a caminar al lado de ellos, pero ellos estaban tan angustiados que no se preocuparon en mirar directo para él y por eso no notaron que era Jesús.



Entonces, el hombre les dijo:

¿Sobre qué están ustedes hablando? ¿Y por qué están tristes?

Cleofás, tomando la palabra y hasta un poco irritado por la intromisión del desconocido, le dijo sorprendido:

¿Qué? ¿El señor es tan extranjero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí en estos últimos días?

¿Qué?, indaga el extraño.

Y los dos seguidores del Maestro respondieron:

Sobre Jesús Nazareno, que fue un profeta poderoso delante de Dios y de todo el pueblo, y de qué modo los sacerdotes y nuestros senadores lo entregaron para ser condenado a la muerte y lo crucificaron. Ahora, esperábamos que fuese él el Mesías y que rescatase a Israel. Mientras, después de todo esto, este es el tercer día que las cosas sucedieron. Por otro lado, algunas mujeres, seguidoras del Maestro, fueron hasta su tumba y no lo encontraron, declarando que habían visto ángeles que afirmaban que habían visto que él estaba vivo.

Entonces el hombre les dijo:

¡Oh insensatos y lentos de corazón, para creer en todo lo que los profetas dijeron! ¿No era preciso que el Cristo sufriese todas esas cosas y que entrase así en su gloría?

Y, comenzando por Moisés y después por todos los profetas, ellos les explicaban lo que habían dicho de él las Escrituras.

Cuando estaban cerca de la aldea para donde iban, él dio muestras de que iba más lejos.

Los dos amigos, sin embargo, lo convencieron a parar, diciendo:

Quédese con nosotros. Ya es tarde y el día está terminando. Es peligroso andar por estos caminos por la noche.

El desconocido, pensando que tenían razón, se decidió a quedarse con ellos.

Se sentaron para cenar. Estando con Cleofás y su compañero en la mesa, él tomó el pan, bendiciéndolo y, habiéndolo partido, les dio.



En ese momento, sentados delante de él, a la luz de una antorcha, pudieron verlo mejor. Sus ojos se abrieron y ellos lo reconocieron.

¡Es Jesús!,dijeron al mismo tiempo.

Sus corazones latían descompasados, y una gran alegría les inundaba su interior. ¡Mal podían creer en tan gran felicidad!

Aun, fue sólo un momento. Enseguida, el Maestro desapareció delante de ellos.

¿Cómo no lo reconocimos? – dijo uno al otro.

Con todo, la verdad es que sentimos el corazón templado en cuanto él nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras.

Estaban eufóricos. Se levantaron en el mismo instante y volvieron para Jerusalén. Necesitaban contar a todos lo que les había ocurrido en el camino y como ellos reconocieron a Jesús al partir el pan.

Un gran bienestar los dominaba. Se sentían ahora confiados y seguros como jamás estuvieron. ¡El Maestro estaba vivo! Él no murió en la cruz. Volvió para dar la última lección de la inmortalidad del alma, confirmar todo lo que les había enseñado, mostrando a sus discípulos que la muerte no existe.


(Adaptación del cap. 24:13 a 35 del Evangelio de Lucas.)


Tía Celia.

Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.


Las historias relacionadas aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual, actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores para sus clases de evangelización.  Fuente: http://www.searadomestre.com.br/

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Enseñanza Viva




Después de las clases, Carlitos volvía para la casa cuando, andando por una calle de gran movimiento, vio a un hombre caído en la calzada.

Condolido de la situación del mendigo, Carlitos deseó hacer alguna cosa para ayudar.

¿Pero, cómo? Era pequeño y nadie le prestaba atención.

Intentó despertar al pobre indigente, pero él no se movió.

Asustado , el chico intentó pedir ayuda a los transeuntes, pero todos estaban con prisas, sin dirigirle una mirada siquiera.

Un tanto desanimado, Carlitos vio a un sacerdote que se aproximaba y se llenó de esperanza. Abordó al religioso, suplicando:

¡Padre, ayude a este pobre hombre que esta pasándolo mal!

El sacerdote lanzó una mirada indiferente al mendigo y respondió:

Infelizmente, no puedo. Tengo el tiempo contado. Me dirijo a la iglesia donde deberé rezar una misa dentro de pocos minutos.

Y diciendo así, siguió su camino, dejando al niño muy desorientado.

No pasó mucho, Carlitos vio a un señor simpático que se aproximaba, sujentando algunos libros.

Llenándose de valor, pidió:

Oh señor, que debe ser un hombre bueno y que debe leer mucho, a juzgar por los libros que lleva, ¿podría auxiliar a este pobre hombre?

El extraño miró al infeliz estirado en la calzada y, tocandose las gafas, replicó:

No puedo. Estoy a camino de la biblioteca donde debo entregarme a importantes estudios. Además de eso, él no tiene nada que un café bien fuerte y sin azúcar no cure. ¡Está bebido!

Friamente, sin preocuparse con la aflicción del niño, continuó su camino, apresurado.

Carlitos estaba casi desanimado cuando vio a su profesora de Evangelización Infantil, viniendo en su dirección. Con ánimo renovado, el niño corrió a su encuentro, afirmando satisfecho:

Gracias a Dios tía Marta que apareciste. ¡Mira, este pobre hombre necesita de ayuda urgente!

La profesora se aproximó, mirando al infeliz que continuaba caído en la calzada. Después, mirando el reloj, dijo compungida:

Me gustaría poder ayudar a ese desdichado, Carlitos, pero infelizmente estoy yendo para casa y necesito preparar la comida. Estaba justamente a camino del supermercado donde deberé comprar lo necesario antes que cierre.

Al oír esa disculpa, el muchacho no contuvo su impotencia. Sus ojos se humedecieron y murmuró más para sí mismo:

¿Será que ese pobre hombre no encontrará tampoco a un buen samaritano?

Sorprendida, la profesora preguntó:

¿Qué dices?

Sí, tía Marta. Acuérdate de la Parábola del Buen Samaritano que tú contaste el último domingo? ¡Es esto! Estoy aquí hace bastante tiempo y nadie atiende mis suplicas. Ya pasó hasta un sacerdote, un profesor, y nadie quiso socorrerlo.

Hizo una pausa y, mirando a la profesora con los ojos grandes y lúcidos, preguntó?

¿Será que no va a aparecer un buen samaritano, como en la parábola que Jesús contó?

Profundamente tocada por las palabras del chico, la profesora respondió, avergonzada:

Tienes razón, Carlitos. Necesitamos hacer alguna cosa por este hombre.

Ella pensó un poco y se acordó que, no lejos de allí, existía un centro de urgencia.

Decidida, telefoneó y, no tardando mucho, una ambulancia recogía al mendigo, llevándolo para atenderlo.

Marta fue con el niño hasta el hospital, donde el médico examinaba al paciente. Algún tiempo después, el doctor informó:

Felizmente él llegó a tiempo. Está enfermo y en un estado de debilidad tan grande que, si no fuese por ustedes, habría muerto.

Ahora recibirá el tratamiento necesario para su restablecimiento. Ya está tomando el suero y medicado, después deberá quedar bien.

Llenos de alegría, Marta y Carlitos se abrazaron. Quedaron, después, que todos los días irían a visitar al nuevo amigo en el hospital.

Emocionada, la profesora afirmó:

Gracias a ti, Carlitos, ¡hoy nosotros obramos como verdaderos cristianos!


(Adaptación de la Parábola del Buen Samaritano, Lucas 10:30 a 37.)


Tía Celia.

Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.


Las historias relacionadas aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual, actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores para sus clases de evangelización.  Fuente: http://www.searadomestre.com.br/

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Navidad con Jesús




Aprovechando la aproximación de diciembre, la profesora hablaba sobre el asunto, ponderando con los alumnos:

Nuestras aulas están terminando y después vosotros estaréis de vacaciones. La Navidad esta llegando y hoy vamos a hablar sobre ese asunto tan importante para nosotros que somos cristianos. ¡Todos los días debemos acordarnos de Jesús y buscar estar junto a él! Con todo, la Navidad es un momento especial porque toda la cristiandad conmemora en ese día la venida de Cristo al mundo. Entonces, me gustaría saber: ¿Cómo esperáis vosotros conmemorar la Navidad?

El entusiasmo fue general. ¡El asunto era palpitante! Cada niño habló sobre sus expectativas para la fiesta: Las visitas a los parientes que vendrían de lejos, los preparativos y las compras que estaban siendo hechas para el gran momento y, especialmente, los regalos que esperaban conseguir

La profesora oía con atención las informaciones infantiles, dejando que hablasen a gusto. Después, comento, con una sonrisa:

¡Bien! ¡Veo que están animados y saben lo que quieren! ¿Pero será que alguien se acordó de que es el aniversario de Jesús y, por tanto, la fiesta es para El?

Silencio general. Los alumnos cambiaban entre sí miradas sorprendidas y consternadas. ¡Nadie había pensado en eso!

Un alumno rompió el silencio, arriesgando:

Bien, si el aniversario es de Jesús, entonces debemos pensar como a El le gustaría que preparásemos la conmemoración, ¿no es así?

Todos estuvieron de acuerdo. Sin embargo, ¿como hacer eso? ¿Preguntando a Jesús?

Otro muchacho, que oía pensativo, dijo:

Bien, profesora, creo que sólo podemos hacer eso buscando en las enseñanzas de Jesús. Mi madre me enseñó que a Cristo le gustaba estar siempre junto a los sufridores y necesitados del mundo.

Excelente, Juanito. ¿Alguien se acuerda de alguna cosa más?

Dorita, una niña estudiosa y disciplinada, comentó:

Profesora, el otro día abrí la Biblia al azar y leí un trecho en el que decía Jesús, al dar una fiesta, que no deberíamos invitar a los ricos, si no a los que no podrían retribuir la gentileza.

Muy bien, Dorita. Tú probaste que entendiste el mensaje del Maestro.

Ismael, el menor del grupo, que acompañaba todo con atención, se levantó y dijo:

Profesora, mi padre dice que Jesús ama a todos mucho: las personas, los bichitos, las plantas. ¿Es verdad?

Sin duda, Ismael. El amor de nuestro Maestro se refleja en toda la naturaleza.

Entonces, creo que a Jesús no le gustaría llegar a nuestra casa y encontrar la mesa llena de animales muertos. ¡A mí no me gusta!

Delante de la ponderación de aquel niño, que recordaba el respeto a la vida, los demás se callaron. La profesora pasó la mirada por la sala, donde los alumnos se mantenían en silencio, pensativos, y sugirió:

La clase ya se manifestó abordando cosas importantes que deben ser analizadas con seriedad. Me gustaría que el grupo reflexionara sobre el asunto y encontrase la mejor solución para festejar la Navidad de Jesús. Vosotros tendréis hasta el final de esta clase para solucionarlo, ¿está bien? Después de ese tiempo, volveré para saber lo que decidisteis.

Los niños pasaron a reflexionar en el asunto, cada uno dando una sugerencia. Al final, después de mucha charla, decidieron. La decisión fue unánime y estaban todos entusiasmados.

Volviendo, la maestra miró para la clase e indagó:

¿Y entonces? ¿Llegasteis a una decisión?

El líder del grupo, se levantó e informó:

Sí, profesora. Después de todo lo que se habló, decidimos que la mejor manera de festejar la Navidad, es hacer visitas a los hospitales. Jesús se acercaba especialmente a los sufridores y enfermos, y ¿dónde encontrarlos en mayor numero que no sea en un hospital? Debe ser muy triste ser niño y tener que pasar la Navidad separado de la familia, ¿no es así? Podemos ensayar un teatro, llevar alegría, músicas, juegos y algunas golosinas que ellos puedan comer. ¿Que piensa la señora?

La profesora acompañaba conmovida la explicación del alumno, que era interrumpida por los demás con palmas y gritos de alegría. Con lágrimas en los ojos, ella lo aprobó:

Felicidades, vosotros decidísteis sabiamente. ¡Por cierto este año tendremos una Navidad diferente!

A partir de aquel día, con la cooperación de las familias que aceptaron eufóricas la idea de los hijos, buscaron recursos para realizar el proyecto, consiguieron dulces y regalos. Cada alumno contribuiría con sus tendencias, mostrando lo que tenía de mejor. Así, surgieron actores para un pequeño teatro; payasos, magos y, cómo no podría faltar, ensayaron las músicas navideñas.

Llegó el gran día.

Era víspera de Navidad. En un gran transporte se dirigieron para el primer hospital. ¡Fue un momento inolvidable! Médicos, enfermeras, cuidadores, todos aprobaron las iniciativa. Los pacientes entonces, ¡ni que decir! Acompañaban con ojos brillantes de animación y alegría las presentaciones variadas y llenas de humor. Recibieron regalos, balones coloridos y dulces. Naturalmente, los alumnos se habían informado antes para saber lo que los pacientes podrían comer, incluso los diabéticos, que recibieron golosinas especiales.

Notablemente, en el Hospital del Cáncer, la emoción fue mayor, delante de los niños pálidos, abatidos, muchos sin cabellos, con heridas, pero todos demostrando en la mirada la felicidad de aquel momento.

El ambiente saturado de luz se derramaba en bendiciones de paz, de amor y de alegría para todos.

¡Ciertamente, tanto los niños enfermos como los alumnos de aquella clase, jamás olvidarían esa Navidad, cuando tuvieron la oportunidad de sentir la presencia de Jesús, tan viva y tan fuerte entre ellos!


Tía Celia.

Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.


Las historias relacionadas aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual, actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores para sus clases de evangelización.  Fuente: http://www.searadomestre.com.br/

Imagen tomada de: http://evangelizacao-infantil.blogspot.com Blog de Simone Anastácio BH, MG, Brasil Evangelizadora del Grupo de Fraternidad Espírita Irmã Scheilla (Centro Oriente) en Belo Horizonte.


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A Camino de La Playa




Gabriel estaba muy contento. Habían tenido una bella Navidad en familia y el Año Nuevo comenzaba bien.

Su padre había decidido que irían a pasar algunos días en la playa y era necesario correr con los preparativos.

¡Tantas cosas por arreglar! ¡Tantas cosas para llevar! Ropa, zapatos, esteras, sombrilla, sillas. ¡Ah! ¡No podrían olvidar la pelota, los patines, las raquetas, el gorro y el protector solar! – pensaba Gabriel.

En la víspera del día indicado todos se despertaron temprano. Saldrían antes de que el sol saliera. Gabriel no consiguió dormir. Estaba ansioso y no veía la hora de colocar el pie en tierra.

Después de mucha confusión, se acomodaron en el coche y partieron eufóricos.

Viajaron muchas horas sin problemas. Todo era fiesta.

Alrededor del medio día ya estaban todos cansados y con hambre. El padre prometió que pararían para almorzar en el primer restaurante que encontrasen.  

En eso, vieron un coche estacionado a la vera de la carretera. Parecían estar con problemas y Jorge, el padre de Gabriel, decidió parar y ver si ellos necesitaban ayuda.

Roberto, el hermano más mayor, protesto:

¿Tú vas a parar, papá? ¡Ah! ¡No pares, no! Estamos cansados y con hambre. ¡Además de eso, ni conocemos a esa gente!

Jorge se volvió para el hijo y afirmó, serio:

¡Roberto, tenemos que ser solidarios, hijo mío! ¿Y si fuésemos nosotros los que estuviésemos en dificultad en una carretera desierta? ¿También no nos gustaría recibir ayuda?

¡Claro! – respondió el muchacho de mala voluntad, suspirando.

Jorge descendió, mientras la familia se quedó en el coche esperando. El otro vehículo estaba con problemas y Jorge, que entendía de mecánica, se dispuso a examinarlo.

No tardó mucho, y las familias estaban charlando fuera de los coches. Las madres cambiaban informaciones, mientras los niños jugaban, comían dulces y bebían agua.

Descubrieron, por coincidencia, que irían para la misma ciudad del litoral.

Jorge terminó el arreglo y se despidieron, ya como viejos amigos. Claudio abrazó a Jorge diciendo:

Ni sé como agradecertelo, Jorge. Si no fuese por ti, no sé que habría hecho. La ciudad más próxima está lejos y la ayuda tardaría en llegar.

No me lo agradezcas, Claudio. Tengo seguridad de que harías lo mismo por mí.

Reiniciaron el viaje y algunas horas después llegaron al destino.

Ver el mar es siempre una alegría y ellos estaban muy animados.

El día soleado era una invitación que ellos no podían dejar de aprovechar. No vieron más a la familia de Claudio y hasta se olvidaron del incidente en la carretera.

Cierta mañana, la playa estaba llena de gente y de sombrillas. Gabriel estaba jugando con un cubito lleno de agua, cuando vio a un cangrejo. Salió corriendo detrás del bichito, pero por más que se esforzase, no conseguía alcanzarlo.

Cuando se cansó del juego, Gabriel quiso volver junto a sus padres y los hermanos, pero sólo vio gente desconocida. No sabía donde estaba.

Era muy pequeño y estaba exhausto. Miraba para arriba, y el sol alto no dejaba que viese la cara de las personas.

Desesperado, sin saber para dónde ir, se puso a llorar gritando:

¡Mamá! ¡Papá!....

Pero nadie atendía a sus gritos.

Gabriel estaba cansado de gritar cuando oyó una voz conocida decir:

Eh, niño, ¿dónde están tus padres?

No sé. Estoy perdido. ¡Buaaaa! ¡Buaaaaa!

Mirándolo atentamente, el hombre preguntó:

¡¿Pero tú no eres Gabriel?!...

Lo soy.

Entonces no te preocupes. Para de llorar. Vamos a buscar a tus padres. ¿Te acuerdas de mí? Soy Claudio, el hombre que vosotros ayudasteis en el camino.

Claudio se dirigió a un megáfono allí cerca y mandó a avisar a Jorge que el pequeño Gabriel estaba con él.

Después enseguida aparecieron los familiares del niño. Mostrando gran alivio, la madre abrazó al hijito, llorando de alegría.

Jorge, sorprendido, se lo agradeció al amigo Claudio.

Gracias a Dios que tú encontraste a mi hijo. Estábamos desesperados y ya no sabíamos donde buscar. ¡No sé como agradecértelo!

Claudio hizo una gran sonrisa y respondió:

¡No lo necesitas! Tengo seguridad de que harías lo mismo por mí.

Roberto miró al padre con lágrimas en los ojos.

Qué bien que Claudio reconoció a Gabriel. ¡Y eso fue gracias a ti, papá! Ahora entiendo que tenías razón cuando paraste a la vera de la carretera para ayudar a aquellas personas. Es dando que recibimos.

FIN. 

Tía Celia.

Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.


Las historias relacionadas aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual, actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores para sus clases de evangelización.  Fuente: http://www.searadomestre.com.br/

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