sábado, 4 de agosto de 2012

A Camino de La Playa




Gabriel estaba muy contento. Habían tenido una bella Navidad en familia y el Año Nuevo comenzaba bien.

Su padre había decidido que irían a pasar algunos días en la playa y era necesario correr con los preparativos.

¡Tantas cosas por arreglar! ¡Tantas cosas para llevar! Ropa, zapatos, esteras, sombrilla, sillas. ¡Ah! ¡No podrían olvidar la pelota, los patines, las raquetas, el gorro y el protector solar! – pensaba Gabriel.

En la víspera del día indicado todos se despertaron temprano. Saldrían antes de que el sol saliera. Gabriel no consiguió dormir. Estaba ansioso y no veía la hora de colocar el pie en tierra.

Después de mucha confusión, se acomodaron en el coche y partieron eufóricos.

Viajaron muchas horas sin problemas. Todo era fiesta.

Alrededor del medio día ya estaban todos cansados y con hambre. El padre prometió que pararían para almorzar en el primer restaurante que encontrasen.  

En eso, vieron un coche estacionado a la vera de la carretera. Parecían estar con problemas y Jorge, el padre de Gabriel, decidió parar y ver si ellos necesitaban ayuda.

Roberto, el hermano más mayor, protesto:

¿Tú vas a parar, papá? ¡Ah! ¡No pares, no! Estamos cansados y con hambre. ¡Además de eso, ni conocemos a esa gente!

Jorge se volvió para el hijo y afirmó, serio:

¡Roberto, tenemos que ser solidarios, hijo mío! ¿Y si fuésemos nosotros los que estuviésemos en dificultad en una carretera desierta? ¿También no nos gustaría recibir ayuda?

¡Claro! – respondió el muchacho de mala voluntad, suspirando.

Jorge descendió, mientras la familia se quedó en el coche esperando. El otro vehículo estaba con problemas y Jorge, que entendía de mecánica, se dispuso a examinarlo.

No tardó mucho, y las familias estaban charlando fuera de los coches. Las madres cambiaban informaciones, mientras los niños jugaban, comían dulces y bebían agua.

Descubrieron, por coincidencia, que irían para la misma ciudad del litoral.

Jorge terminó el arreglo y se despidieron, ya como viejos amigos. Claudio abrazó a Jorge diciendo:

Ni sé como agradecertelo, Jorge. Si no fuese por ti, no sé que habría hecho. La ciudad más próxima está lejos y la ayuda tardaría en llegar.

No me lo agradezcas, Claudio. Tengo seguridad de que harías lo mismo por mí.

Reiniciaron el viaje y algunas horas después llegaron al destino.

Ver el mar es siempre una alegría y ellos estaban muy animados.

El día soleado era una invitación que ellos no podían dejar de aprovechar. No vieron más a la familia de Claudio y hasta se olvidaron del incidente en la carretera.

Cierta mañana, la playa estaba llena de gente y de sombrillas. Gabriel estaba jugando con un cubito lleno de agua, cuando vio a un cangrejo. Salió corriendo detrás del bichito, pero por más que se esforzase, no conseguía alcanzarlo.

Cuando se cansó del juego, Gabriel quiso volver junto a sus padres y los hermanos, pero sólo vio gente desconocida. No sabía donde estaba.

Era muy pequeño y estaba exhausto. Miraba para arriba, y el sol alto no dejaba que viese la cara de las personas.

Desesperado, sin saber para dónde ir, se puso a llorar gritando:

¡Mamá! ¡Papá!....

Pero nadie atendía a sus gritos.

Gabriel estaba cansado de gritar cuando oyó una voz conocida decir:

Eh, niño, ¿dónde están tus padres?

No sé. Estoy perdido. ¡Buaaaa! ¡Buaaaaa!

Mirándolo atentamente, el hombre preguntó:

¡¿Pero tú no eres Gabriel?!...

Lo soy.

Entonces no te preocupes. Para de llorar. Vamos a buscar a tus padres. ¿Te acuerdas de mí? Soy Claudio, el hombre que vosotros ayudasteis en el camino.

Claudio se dirigió a un megáfono allí cerca y mandó a avisar a Jorge que el pequeño Gabriel estaba con él.

Después enseguida aparecieron los familiares del niño. Mostrando gran alivio, la madre abrazó al hijito, llorando de alegría.

Jorge, sorprendido, se lo agradeció al amigo Claudio.

Gracias a Dios que tú encontraste a mi hijo. Estábamos desesperados y ya no sabíamos donde buscar. ¡No sé como agradecértelo!

Claudio hizo una gran sonrisa y respondió:

¡No lo necesitas! Tengo seguridad de que harías lo mismo por mí.

Roberto miró al padre con lágrimas en los ojos.

Qué bien que Claudio reconoció a Gabriel. ¡Y eso fue gracias a ti, papá! Ahora entiendo que tenías razón cuando paraste a la vera de la carretera para ayudar a aquellas personas. Es dando que recibimos.

FIN. 

Tía Celia.

Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.


Las historias relacionadas aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual, actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores para sus clases de evangelización.  Fuente: http://www.searadomestre.com.br/

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