Gabriel estaba muy
contento. Habían tenido una bella Navidad en familia y el Año Nuevo comenzaba
bien.
Su padre había decidido
que irían a pasar algunos días en la playa y era necesario correr con los
preparativos.
¡Tantas cosas por
arreglar! ¡Tantas cosas para llevar! Ropa, zapatos, esteras, sombrilla, sillas.
¡Ah! ¡No podrían olvidar la pelota, los patines, las raquetas, el gorro y el
protector solar! – pensaba Gabriel.
En la víspera del día
indicado todos se despertaron temprano. Saldrían antes de que el sol saliera.
Gabriel no consiguió dormir. Estaba ansioso y no veía la hora de colocar el pie
en tierra.
Después de mucha
confusión, se acomodaron en el coche y partieron eufóricos.
Viajaron muchas horas
sin problemas. Todo era fiesta.
Alrededor del medio día
ya estaban todos cansados y con hambre. El padre prometió que pararían para
almorzar en el primer restaurante que encontrasen.
En eso, vieron un coche
estacionado a la vera de la carretera. Parecían estar con problemas y Jorge, el
padre de Gabriel, decidió parar y ver si ellos necesitaban ayuda.
Roberto, el hermano más
mayor, protesto:
¿Tú vas a parar, papá?
¡Ah! ¡No pares, no! Estamos cansados y con hambre. ¡Además de eso, ni conocemos
a esa gente!
Jorge se volvió para el
hijo y afirmó, serio:
¡Roberto, tenemos que
ser solidarios, hijo mío! ¿Y si fuésemos nosotros los que estuviésemos en
dificultad en una carretera desierta? ¿También no nos gustaría recibir ayuda?
¡Claro! – respondió
el muchacho de mala voluntad, suspirando.
Jorge descendió,
mientras la familia se quedó en el coche esperando. El otro vehículo estaba con
problemas y Jorge, que entendía de mecánica, se dispuso a examinarlo.
No tardó mucho, y las
familias estaban charlando fuera de los coches. Las madres cambiaban
informaciones, mientras los niños jugaban, comían dulces y bebían agua.
Descubrieron, por
coincidencia, que irían para la misma ciudad del litoral.
Jorge terminó el
arreglo y se despidieron, ya como viejos amigos. Claudio abrazó a Jorge
diciendo:
Ni sé como
agradecertelo, Jorge. Si no fuese por ti, no sé que habría hecho. La ciudad más
próxima está lejos y la ayuda tardaría en llegar.
No me lo agradezcas,
Claudio. Tengo seguridad de que harías lo mismo por mí.
Reiniciaron el viaje y
algunas horas después llegaron al destino.
Ver el mar es siempre
una alegría y ellos estaban muy animados.
El día soleado era una
invitación que ellos no podían dejar de aprovechar. No vieron más a la familia
de Claudio y hasta se olvidaron del incidente en la carretera.
Cierta mañana, la playa estaba llena de
gente y de sombrillas. Gabriel estaba jugando con un cubito lleno de agua,
cuando vio a un cangrejo. Salió corriendo detrás del bichito, pero por más que
se esforzase, no conseguía alcanzarlo.
Cuando se cansó del
juego, Gabriel quiso volver junto a sus padres y los hermanos, pero sólo vio
gente desconocida. No sabía donde estaba.
Era muy pequeño y
estaba exhausto. Miraba para arriba, y el sol alto no dejaba que viese la cara
de las personas.
Desesperado, sin saber para dónde ir, se
puso a llorar gritando:
¡Mamá! ¡Papá!....
Pero nadie atendía a
sus gritos.
Gabriel estaba cansado
de gritar cuando oyó una voz conocida decir:
Eh, niño, ¿dónde
están tus padres?
No sé. Estoy perdido.
¡Buaaaa! ¡Buaaaaa!
Mirándolo atentamente,
el hombre preguntó:
¡¿Pero tú no eres
Gabriel?!...
Lo soy.
Entonces no te
preocupes. Para de llorar. Vamos a buscar a tus padres. ¿Te acuerdas de mí? Soy
Claudio, el hombre que vosotros ayudasteis en el camino.
Claudio se dirigió a un
megáfono allí cerca y mandó a avisar a Jorge que el pequeño Gabriel estaba con
él.
Después enseguida
aparecieron los familiares del niño. Mostrando gran alivio, la madre abrazó al
hijito, llorando de alegría.
Jorge, sorprendido, se
lo agradeció al amigo Claudio.
Gracias a Dios que tú
encontraste a mi hijo. Estábamos desesperados y ya no sabíamos donde buscar.
¡No sé como agradecértelo!
Claudio hizo una gran
sonrisa y respondió:
¡No lo necesitas!
Tengo seguridad de que harías lo mismo por mí.
Roberto miró al padre
con lágrimas en los ojos.
Qué bien que Claudio reconoció a
Gabriel. ¡Y eso fue gracias a ti, papá! Ahora entiendo que tenías razón cuando
paraste a la vera de la carretera para ayudar a aquellas personas. Es dando que
recibimos.
FIN.
Tía Celia.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
Las historias relacionadas
aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de
responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual,
actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores
para sus clases de evangelización. Fuente:
http://www.searadomestre.com.br/
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