sábado, 4 de agosto de 2012

Buscando Solución



El pequeño Gabriel, de sólo siete años, andaba muy triste.

El ambiente de su casa, que siempre estuvo lleno de paz, amor y alegría, ya no era el mismo.

Desde algún tiempo notaba que sus padres peleaban mucho. Apenas se hablaban y, cuando eso ocurría, era para discutir.

Gabriel y sus hermanos, Clarita y Vinícius, poco más mayores que él, se quedaban quietecitos en el cuarto, con el corazón apretado de preocupación, sin saber lo que hacer para ayudar.

Un día, los padres peleaban tanto que el padre salió de casa golpeando la puerta con estruendo, y la madre se quedo llorando mucho en su habitación.

Gabriel no conseguía pensar en nada más. No estudiaba, no jugueteaba, no conseguía hacer sus deberes y estaba yendo mal en la escuela.

Hacía dos días ellos habían peleado y el padre aún no hube vuelto para casa. Su madre parecía una sombra, siempre con los ojos hinchados de tanto llorar.

 Mamá, ¿papá no va a volver?, preguntó, preocupado con la situación.

La madrecita lo abrazó con cariño y sonrió, afirmando:

Claro que sí, hijo mío. Él está muy ocupado con el trabajo, por eso no ha venido para casa. No te preocupes. Todo va bien.

Pero Gabriel sabía que nada iba bien. Y él pensaba: “¿Qué será de nosotros si papá no vuelve? ¿Como quedará nuestra vida? ¿Será que a él no le gustamos más?”

Pero no encontraba respuesta para esas preguntas. Sin embargo, él sabía que necesitaba hacer alguna cosa.

Se acordó de que su madre acostumbraba a decir que Dios siempre tenía una respuesta para darnos delante de los sufrimientos, y que si a buscáramos en las palabras de Jesús, encontraríamos el socorro deseado.

Entonces Gabriel cogió el Evangelio, abrió una página cualquiera, seguro de que Jesús ciertamente lo ayudaría mostrando el camino. A ciegas, colocó el dedito en un lugar de la página. Sus ojos se fijaron en la frase donde había colocado el dedo, y leyó: “Quién pide, recibe; quién busca, halla; y a quien toca a la puerta, ella se abrirá.”

Con los ojos muy abiertos, leyó la frase varias veces. ¡Sí! ¡Mamá tenía razón! Jesús le había mandado la respuesta. Entendió que tendría que orar pidiendo lo que deseaba, y que encontraría un medio de resolver la situación de los padres.

Gabriel comenzó a orar, pidiendo a Dios que no permitiese que su familia fuese destruida.

Todas las veces que se acordaba del problema, él repetía la oración.

Aquella noche él consiguió dormir más tranquilo.

Por la mañana temprano, despertó con una “idea luminosa” en la cabeza. Cogió lápiz y una hoja de cuaderno y escribió un pasaje para el papá, en estos términos:

“Querido Carlos, yo te amo. Necesitamos hablar. Yo te espero en aquel restaurante que la gente siempre va, a las ocho horas de la noche. Un beso, Fernanda.”

Escribió otra nota igualita, sólo intercambiando los nombres, como se fuera el papá invitando a la mamá para un encuentro. Miró las notas, contento con él mismo. Después, todo alegre, dejó la nota para la madre en la puerta de la calle, para que ella lo encontrara al abrirla.

Se arregló para ir a la escuela y, cuando fue a tomar café, notó que la madre ya estaba más animada.

En la salida de la escuela, pasó por el edificio donde su padre trabajaba, que era bien cerca, y dejó la nota al portero para entregarsela. Enseguida, se puso a orar para que su plan fuese bien.

Por la tarde, su madre avisó a los hijos que iba a salir un poco por la noche, fue al salón a arreglarse.

Gabriel no había contado nada a los hermanos, que extrañaron el comportamiento de la madre. ¿Dónde será que va ella?

Por la noche, la madre apareció en la sala, ya toda arreglada y perfumada, avisando:

No voy a tardar. Cerrar bien la puerta y no salgáis de casa.

Más tarde, cuando volvió, los hermanos tuvieron una gran sorpresa: el papá la acompañaba.

Carlos abrazó a los hijos, con mucho amor. Después de matar la nostalgia, el padre dijo a los niños:

Mis hijos, hoy yo noté el mal que os estaba causando a vosotros. Mamá y yo hablamos de vosotros y decidimos nunca más pelear. Buscaremos acertar nuestras diferencias, de aquí en delante, dialogando en paz. Hoy comprendemos que, si existe amor, no hay nada que no se pueda resolver.

Paró de hablar, enjugó una lágrima y prosiguió:

Y eso nosotros lo conseguimos gracias a Gabriel, que encontró la manera segura de aproximarnos de nuevo.

Y contó delante de Clarita y Vinícius, que oyeron sorprendidos lo que el hijo había hecho.

Muy admirado, Gabriel preguntó:

¿Pero como vosotros descubristeis que fui yo?

Todos rieron cuando los padres mostraron las notas que habían recibido.

Aquella letrita, la misma en las dos notas, y tan conocida, ¡sólo podía ser de Gabriel!

El niño estaba avergonzado por haber sido descubierto. Y el padre, desordenándole los cabellos, dijo emocionado:

Todos nosotros tenemos que agradecer a nuestro Gabriel, que supo resolver la situación.

Gabriel sonrió, satisfecho y aliviado, y contó:

Agradézcanle a Jesús. ¡Fue él quien me mostró el camino!

FIN.


Tía Celia.

Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.


Las historias relacionadas aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual, actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores para sus clases de evangelización.  Fuente: http://www.searadomestre.com.br/

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