Hace mucho, mucho
tiempo atrás, en un humilde y pequeño establo, algunos animales hablaban,
cambiando ideas sobre sus vidas.
Y el buey, muy manso
decía con su voz grave y paciente:
Todo lo que hacemos
es trabajar de sol a sol. Empujo el arado revolviendo la tierra para la
siembra, y conduzco la carroza con tranquilidad y alegría ejecutando mi trabajo
sin protestar. El señor puede contar conmigo, que estoy siempre firme en el
servicio, pero jamás recibí una sola palabra de ánimo.
También he dado lo
mejor de mí, llevando al señor para todas partes, caminando grandes distancias
bajo el sol abrasador, la lluvia fría o el frío inclemente. Pero he recibido
apenas el latigazo en el lomo como pago por mis servicios.
El borrico levantó la
cabeza, triste y suspiró:
He cargado cargas muy
pesadas y nunca las derramé, ni me negué a cumplir mis tareas, aun nunca recibí
una ración extra en agradecimiento por mis esfuerzos.
También yo he sentido
en la piel la ingratitud del hombre. No contento en retirarme la leche con que
alimentar a sus hijos, no es raro que desagregue a nuestra familia, matándonos
por placer para alimentarse de nuestras carnes, utilizando la piel para la
confección de calzados y ropas.
La ovejita que todo oía
en silencio, y que de mirada soñadora observaba a través de la puerta el cielo
de un azul profundo y limpio, cubierto de estrellas, suspiró y dijo con su voz
tierna:
Estoy de acuerdo que
todos tenéis una parcela de razón. Tampoco yo no estoy libre de malos tratos,
aunque colabore siempre con mi lana para que el hombre confeccione abrigos con
que protegerse del frió. ¿Pero sabéis lo que oí decir el otro día? Que es
esperado un Mesías con toda ansiedad. Dicen que él vendrá del cielo para amar a
los hombres en la Tierra, y para conducirlos al regazo de Nuestro Padre.
Y los animales, atentos
y curiosos, sintiendo una esperanza nueva, le pedían a una sola voz:
¿Y qué más dicen de
ese Mesías enviado por Dios? Cuéntanos... cuéntanos...
Y la ovejita, orgullosa
de sus informaciones, proseguía:
Dicen también que él
dará a cada uno según sus propias obras. Por eso, tengamos confianza en Dios
que nunca nos desampara.
Mas reconfortados y
confiados, los animales en aquella noche soñaron con el Mesías, que cada uno
imaginaba conforme sus gustos y necesidades, y que sería el Salvador del Mundo.
Al día siguiente vieron
que se aproximaba, viniendo por el camino, un hombre que conducía un borrico,
cargando a una joven de bello y dulce semblante.
Como no habían
conseguido alojamiento para pasar la noche, se contentaron con aquel humilde
establo.
Parecían exhaustos del
largo viaje y la joven esperaba a un hijo pronto.
Con espanto, los
animales vieron al hombre amontonar la paja, improvisando una cama para la
joven.
Algunas horas después
nacía un lindo bebé, bajo la vista cariñosa y atenta de los animales.
En el cielo una gran
estrella surgía, prenunciando un acontecimiento nada común y, rodeando el
pesebre, transformado en una improvisada cuna para el recién nacido, los
animales se sintieron compensados por todo el sufrimiento de sus vidas,
conscientes de la gran importancia de aquel acontecimiento.
Y, en la paz y quietud
del ambiente sencillo, reconocieron en aquella criatura al Mesías, el Cristo de
Dios, que nació en la Tierra para enseñar el Amor, pero que prefería como
testimonios mudos de su nacimiento, no a los hombres, si no a los humildes,
laboriosos y dulces animales de la creación.
Tía Celia.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
Las historias relacionadas
aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de
responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual,
actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores
para sus clases de evangelización. Fuente:
http://www.searadomestre.com.br/
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