Caminando apresurado
rumbo a la escuela, Orlando encontró a un grupo de compañeros con quien estaba
teniendo problemas. Sin motivo, desde algún tiempo, Pedro sintió antipatía por
él y pasó a tratarlo mal en cualquier lugar donde estuviese.
Por eso, viendo que el
grupo se aproximaba, Orlando quedó preocupado.
Y no se equivocaba. Pasando
por él, Pedro tiró la mochila de Orlando al suelo, en una actitud provocadora,
y después se apartó dando una carcajada.
Orlando, sin embargo,
no reaccionó. Con tranquilidad, se agachó, cogió la mochila, y continuó su
trayecto como si nada hubiese ocurrido.
En la escuela, en
cuanto a la profesora escribía en la pizarra, Pedro se levantó de su sitio y
tiró todo el material de Orlando al suelo.
Oyendo el ruido, la
profesora se volvió. Pedro, ya en su lugar, reía disfrazadamente, acompañado
por los demás alumnos.
¿Qué pasó, Orlando?, preguntó ella al ver los cuadernos y libros esparcidos en el suelo.
Recogiendo el material,
el niño se disculpo:
No fue nada,
profesora. Lo tiré sin querer.
Y eso se repetía todos
los días. Pedro encontraba siempre nuevas maneras de agredir al compañero: en
el juego de fútbol, en la escuela o en la calle.
Orlando nunca
reaccionaba, lo que dejaba a Pedro cada vez más irritado.
Cierto día, Orlando
estaba paseando con la bicicleta cuando vio a Pedro y su grupo que venían en
sentido contrario. Intentó esquivarlos, pero no tuvo forma. Ellos lo
acorralaron contra un muro.
Orlando descendió de la
bicicleta, en cuanto los chicos lo rodeaban. Pedro se aproximó con aire
amenazador.
¡Es ahora que yo te
reviento la cara, so niñato!
Y diciendo así, levantó
los puños cerrados, listos para maltratar al otro. Orlando continuó mirándolo
sin decir nada
¡Vamos, so cobarde!
¡Lucha!
Pero Orlando continuó
callado, aunque las lágrimas surgiesen en sus ojos.
El grupo reía,
incentivando a Pedro que, cansado de esperar, saltó sobre el niño.
En eso, un hombre que
pasaba vio lo que estaba ocurriendo y corrió para socorrer a Orlando. La banda,
asustada, salió corriendo, pero aun a tiempo de oír al hombre preguntar:
¿Sabes quienes son
aquellos chicos? ¿Quieres que los siga?
Enjugando las lágrimas,
el pequeño Orlando respondió:
No. No fue nada.
Ellos no lo hicieron por mal. Déjelos irse, señor.
A pesar de estar
admirado, el hombre respetó la voluntad de Orlando. Y, después de asegurarse de
que él estaba bien, se apartó, aconsejándolo a tener cuidado porque el grupo
podría volver.
En la tarde del día
siguiente, Orlando salía para hacer un recado y vio a Pedro que venía en
bicicleta descendiendo por la calle. Ciertamente estuvo haciendo compras para
su madre, porque traía una bolsa llena en la canastilla.
De pronto, intentando
arreglar mejor la bolsa, Pedro no vio un boquete en el asfalto. La bicicleta se
desequilibro y él fue tirado sobre los adoquines, golpeándose la cabeza en el
bordillo de la calzada. Un hilo de sangre corría por su cabeza. Sintiendo mucho
dolor, Pedro gemía.
Orlando se aproximó,
atento:
¿Estás bien?
¿Quieres ir para un hospital? Estás herido y necesitas de cuidados.
Sorprendido al ver
quien lo estaba socorriendo, Pedro respondió aturdido:
No fue nada. Fue
sólo un susto.
¡Gracias a Dios!
¿Quieres que te ayude a llegar a casa? – preguntó Orlando, recogiendo los
tomates y zanahorias que estaban esparcidos por el suelo.
Pedro estaba perplejo.
No entendía porque Orlando se mostraba tan bondadoso con él. Pensativo, se
quedó mirando para el chico a su frente. Al final, no se contuvo:
Orlando, tú tienes
muchos motivos para detestarme. Te trato mal y no pierdo oportunidad de
desafiarte, humillar y hacerte de menos delante de los compañeros. ¡¿Por qué me
estás ayudando?!...
Porque aprendí que
no se debe devolver el mal con el mal, respondió el muchacho con simplicidad.
Espantado con la
respuesta del compañero, Pedro habló:
Ahora entiendo porque
nunca aceptaste una provocación. ¿Pero con quién aprendiste esas cosas?
Con Jesús. La
profesora del aula de Moral Cristiana, del Centro Espírita que frecuento, habló
sobre ese asunto el otro día. Jesús enseñó que debemos retribuir el mal con el
bien. Que si alguien nos golpea en una mejilla, debemos presentar la otra. Y,
más que eso, que debemos amar, no sólo a nuestros amigos, sino también a los
enemigos. Es eso.
Callado, Pedro oyó las
explicaciones de Orlando. En verdad, en aquel momento se dio cuenta de que
nunca había hablado con él, y no sabía como era, ni lo que pensaba. Ahora,
oyéndolo, percibió que Orlando era diferente de los otros compañeros, más
consciente y responsable, a pesar de la poca edad.
Pedro sintió, en aquel
instante, que el rencor y la animosidad habían desaparecido de su corazón.
¡Gracias!, dijo
simplemente, apartándose.
El domingo, al llegar
al Centro, Orlando tuvo una grata sorpresa.
Allí estaba Pedro, todo
sonriente, aunque un poco tímido, para participar también del aula de
evangelización.
FIN.
FIN.
Tía Celia.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
Las historias relacionadas
aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de
responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual,
actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores
para sus clases de evangelización. Fuente:
http://www.searadomestre.com.br/
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