José Antonio era su
nombre. Pero todos lo llamaban Zequinha.
Zequinha, que más tarde
cumpliría ocho años, era un niño bueno, sin embargo tenía un hábito muy feo: no
conseguía hacer nada sin protestar.
La madre, con mucha
paciencia, intentaba hacer que el hijo entendiese la necesidad de modificar su
comportamiento, sin gran resultado.
Como eran espíritas,
los padres se preocupaban con las actitudes de Zequinha, notando que, si
continuaba así, tendría muchos problemas en el futuro.
Un día la madre le
dijo:
Zequinha, sé que te
gusta jugar, lo que es natural, pues eres un niño. No obstante, todos nosotros
necesitamos colaborar, dando nuestra contribución para el bienestar de la
familia. Jesús está triste cuando nosotros no estamos satisfechos, pues en la
existencia tenemos mucho que agradecer a Dios, nuestro Padre. Nada nos falta.
Por eso, es preciso mantener el optimismo y la alegría de vivir en las
actividades de cada día, hijo mío.
¿Entendiste, hijo
mío?
Entendí , mamá.
El niño prometió que
procuraría ser diferente de aquel día en adelante.
Al día siguiente,
después que Zequinha volvió de la escuela, la madre le dio una tarea: comprar
jabón en el supermercado de la esquina, pues se había terminado. El niño salió
murmurando.
Después, la madre le
pidió que preparase la mesa para el almuerzo. De mala gana, Zequinha obedeció.
No pudiendo salir, la
madre le pidió el favor de llevar al hermano menor para la escuela. Más tarde,
le dio el trabajo de enjuagar la vajilla y barrer el patio. Siempre
protestando, Zequinha obedeció.
Por la noche, a la hora
del Evangelio en el Hogar, la madre preguntó si Zequinha había cumplido todas
sus obligaciones de aquel día.
Sí, mamá. Hice todo
lo que tú me mandaste. Jesús debe estar contento conmigo hoy.
La señora movió la
cabeza, afirmando:
No, hijo mío. Aun
falta una cosa.
Zequinha pensó...
pensó... pensó... pero no conseguía descubrir qué era lo que había dejado de
hacer.
Mira, mamá, tú debes
estar engañada. Hice todas las tareas que me fueron pedidas.
Y, contando con los
dedos, relató todas las actividades del día:
Fui a la escuela, al
supermercado, preparé la mesa para el almuerzo, llevé a mi hermanito para la
escuela, barrí el patio y enjuagué la vajilla. ¡Vaya!
¡Trabajé el día entero!
– protestó el niño, descontento.
Pero aun falta una
cosa, hijo mío.
¿Qué mamá?
Si tú hiciste todo lo
que te fue pedido, aun falta haber hechos las tareas con alegría.
Solamente entonces
Zequinha se acordó de lo que había prometido el día anterior.
Bajó la cabeza,
reconociendo que la madre tenía razón.
Con ternura, ella
acarició sus cabellos y dijo:
No tiene importancia,
hijo mío. Mañana será otro día. Dios nos concederá nuevas oportunidades para
que podamos corregirnos, practicando lo que aprendemos.
FIN.
FIN.
Tía Celia.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
Las historias relacionadas
aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de
responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual,
actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores
para sus clases de evangelización. Fuente:
http://www.searadomestre.com.br/
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