sábado, 4 de agosto de 2012

Trabajar con Alegría




José Antonio era su nombre. Pero todos lo llamaban Zequinha.

Zequinha, que más tarde cumpliría ocho años, era un niño bueno, sin embargo tenía un hábito muy feo: no conseguía hacer nada sin protestar.

La madre, con mucha paciencia, intentaba hacer que el hijo entendiese la necesidad de modificar su comportamiento, sin gran resultado.

Como eran espíritas, los padres se preocupaban con las actitudes de Zequinha, notando que, si continuaba así, tendría muchos problemas en el futuro.

Un día la madre le dijo:

Zequinha, sé que te gusta jugar, lo que es natural, pues eres un niño. No obstante, todos nosotros necesitamos colaborar, dando nuestra contribución para el bienestar de la familia. Jesús está triste cuando nosotros no estamos satisfechos, pues en la existencia tenemos mucho que agradecer a Dios, nuestro Padre. Nada nos falta. Por eso, es preciso mantener el optimismo y la alegría de vivir en las actividades de cada día, hijo mío.

¿Entendiste, hijo mío?

Entendí , mamá.

El niño prometió que procuraría ser diferente de aquel día en adelante.

Al día siguiente, después que Zequinha volvió de la escuela, la madre le dio una tarea: comprar jabón en el supermercado de la esquina, pues se había terminado. El niño salió murmurando.

Después, la madre le pidió que preparase la mesa para el almuerzo. De mala gana, Zequinha obedeció.

No pudiendo salir, la madre le pidió el favor de llevar al hermano menor para la escuela. Más tarde, le dio el trabajo de enjuagar la vajilla y barrer el patio. Siempre protestando, Zequinha obedeció.

Por la noche, a la hora del Evangelio en el Hogar, la madre preguntó si Zequinha había cumplido todas sus obligaciones de aquel día.

Sí, mamá. Hice todo lo que tú me mandaste. Jesús debe estar contento conmigo hoy.   

La señora movió la cabeza, afirmando:

No, hijo mío. Aun falta una cosa.

Zequinha pensó... pensó... pensó... pero no conseguía descubrir qué era lo que había dejado de hacer.

Mira, mamá, tú debes estar engañada. Hice todas las tareas que me fueron pedidas.

Y, contando con los dedos, relató todas las actividades del día:

Fui a la escuela, al supermercado, preparé la mesa para el almuerzo, llevé a mi hermanito para la escuela, barrí el patio y enjuagué la vajilla. ¡Vaya!

¡Trabajé el día entero! – protestó el niño, descontento.

Pero aun falta una cosa, hijo mío.

¿Qué mamá?

Si tú hiciste todo lo que te fue pedido, aun falta haber hechos las tareas con alegría.

Solamente entonces Zequinha se acordó de lo que había prometido el día anterior.

Bajó la cabeza, reconociendo que la madre tenía razón.

Con ternura, ella acarició sus cabellos y dijo:

No tiene importancia, hijo mío. Mañana será otro día. Dios nos concederá nuevas oportunidades para que podamos corregirnos, practicando lo que aprendemos.

FIN.


Tía Celia.

Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.


Las historias relacionadas aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual, actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores para sus clases de evangelización.  Fuente: http://www.searadomestre.com.br/

Click aquí para escuchar el audio de esta historia:

No hay comentarios:

Publicar un comentario