Estudiaba en
una buena escuela y confortable, tenía una profesora dedicada y amigos con
quien se divertía en las horas de recreo. En fin, era un buen alumno.
Con todo,
cierta vez entró en su clase un niño mayor que vino transferido de otra
escuela. De una personalidad absolvente, Roberto comenzó a dominar a Paulino,
que pasó a ver en el nuevo amigo un líder.
Desde ese día
en adelante, Paulino mostró un rendimiento bajo escolar, no hacía los deberes
más en su casa, se volvió malcriado y salía por la noche volviendo tarde al
hogar, sin que su madre supiese donde había estado.
No valieron
consejos y recomendaciones de los padres y de la profesora; el muchacho cada
vez mostraba más indisciplina, falta de respeto y desinterés por todo lo que
fuera enseñado hasta entonces.
Sus padres,
muy preocupados, no sabían qué hacer más.
En esa época,
el padre de Paulino comenzó a tener problemas de salud. El corazón estaba
seriamente afectado y era necesario un tratamiento riguroso y mucho cuidado.
Cierto día,
Paulino llegó tarde por la noche y encontró todo cerrado y silencioso. Nadie en
casa.
Sin saber qué
hacer, buscó informarse con el vecino. Así, recibió la noticia de que su padre
se sintió mal y fue llevado deprisa para el hospital.
Con el
corazón angustiado, corrió hasta el hospital y encontró a su madre llorando.
Gracias a
Dios que llegaste, hijo mío, dijo ella.
¿Cómo está
papá?, preguntó, afligido.
Está
siendo atendido por el médico, Paulino, pero tardamos mucho para venir y temo
que el socorro llegue tarde.
Pero, ¿por
qué mamá? ¿Por qué no pediste a Anita después que llamara por un teléfono
público?
Yo lo
pedí, hijo mío, pero el teléfono está roto.
Muy
confundido, el chico se acordó de que fue él mismo y su banda quienes
destruyeron el aparato, por jugar. Tartamudeando, insistió:
Pero hay
un centro de salud próximo de nuestra casa- ¿Por qué no llamaste a una
ambulancia?
Moviendo la
cabeza, la madre informó algo desanimada:
Lo
intentamos, Paulino... Pero la ambulancia, infelizmente, estaba con las cuatro
ruedas cortadas, hecho por una banda de muchachos desocupados que andan por
ahí, según me informaron.
Colorado
hasta la raíz de los cabellos, Paulino se acordó que, también por diversión,
ellos habían estropeado las ruedas de la ambulancia que estaba estacionada en
el patio de enfrente del centro de salud.
Lleno de
vergüenza y arrepentido, con lágrimas, Paulino confesó a su madre todo lo que
hizo, y concluyó:
Si papá
muere, nunca más voy a perdonarme. Por mi culpa él no recibió la asistencia
urgente de que tanto necesitaba.
La madrecita
que oía callada le acarició los cabellos y habló con cariño:
Siempre es
tiempo de arrepentirnos de nuestras malas acciones, hijo mío. Ora y pide a Dios
en favor de tu padre. Él nunca deja de ampararnos en nuestras necesidades.
Algún tiempo
después, el médico vino a avisar que estaba todo trascurriendo bien y que el
paciente más tarde estaría recuperado.
Llenos de
alegría, madre e hijo se abrazaron, agradeciendo a Dios que atendiera a sus
suplicas.
Y, a partir
de aquel día, Paulino volvió a ser el niño que era antes, reconociendo que el
respeto a la propiedad ajena es muy importante, especialmente a las cosas
públicas que prestan un servicio inestimable a la población, y que nunca sabremos
cuando nosotros también podemos necesitar.
Que él, en
vez de transmitir sus buenas cualidades a los amigos indisciplinados, se dejó
contaminar por ellos.
Paulino se
prometió a sí mismo que haría todo lo que pudiese para que sus amigos también
comprendiesen que solamente el respeto y el amor al prójimo podrán volvernos
personas mejores y más feliz.
Fiel a las
promesas de cambio interior que hiciera a sí mismo, Paulino buscó a la compañía
telefónica y la dirección del centro de salud responsabilizándose por los
estragos verificados y se apresuraría a pagar con su trabajo los perjuicios que
causó.
FIN.
FIN.
Tía Celia.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación
Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
Las historias relacionadas
aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de
responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual,
actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores
para sus clases de evangelización. Fuente:
http://www.searadomestre.com.br/
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muy buen texto
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