sábado, 4 de agosto de 2012

La Oruga Filomena




En un jardín muy bonito y florido, vivía una oruga que se llamaba Filomena.

A ella le gustaba pasear por las plantas y alimentarse de hojas verdes.

Cierto día, durante un paseo, encontró una hormiguita con la pata herida. Compadecida, hizo una cura en la pata de la hormiga y la ayudó a volver para su casa, el hormiguero.

Tinina, la hormiga, quedó muy agradecida.

Algunos días después, Filomena salió a dar una vuelta. Anduvo… anduvo… anduvo… y cuando quiso volver para casa, no lo consiguió: estaba perdida.             

Sin notarlo, Filomena había salido del jardín y ahora no sabía qué hacer. Para empeorar su situación, cayó de una gran piedra resbaladiza y quedó extendida en el suelo, con las patitas para arriba, sin conseguir levantarse.

Filomena quedó muchas horas al sol caliente, sin agua y sin alimento. Comenzó a sentirse enferma y débil, incapaz de andar.

El lugar era árido. Sólo tenía arena y piedras, y nadie aparecía para socorrerla.

Las horas fueron pasando y ella fue quedándose cada vez más preocupada.

Ya hacía un día entero que Filomena estaba estirada en el suelo, cuando oyó un ruido. Decidió gritar socorro.

Tinita estaba cerca y escuchó gemidos:

¡Ay, ui, ay! ¡Socorro!...

La hormiga se aproximó al lugar de donde partía la voz y cual no fue su sorpresa cuando vio a la oruga:

¡Doña Filomena! ¿Qué ocurrió?

La pobre oruga, reconociendo a la hormiguita que ayudó, le habló conmovida:

¡Ah, Tinita! ¡Fue Dios quien la mandó! Estoy aquí hace horas sin nadie para que me socorra.

¡La hormiga deseaba hacer alguna cosa para ayudar, pero era tan flaquita!

Tuvo una idea. Fue hasta el hormiguero a llamar a sus hermanas. Así, trajeron una bonita hoja verde y tierna para que Doña Filomena comiera y agua para matarle la sed. Después, las hormigas curaron sus heridas.

Cuando la oruga ya estaba mejor, la llevaron para la casa.

Doña Filomena dijo:

Ni sé cómo agradecer el auxilio de ustedes, principalmente de Tinita, que fue tan buena conmigo.

No necesitas agradecernos, Doña Filomena. Sólo hice mi obligación, retribuyendo el bien que la señora me hizo.

Y, desde ese día en adelante, se volvieron grandes amigas.

Así también ocurre en nuestras vidas. Todo el bien que hiciéramos revertirá en nuestro propio beneficio. Cada uno de nosotros cogerá exactamente aquello que hubiera plantado.

Por eso Jesús, sabiamente, enseñó que debemos hacer a los otros lo que queremos que los otros nos hagan.


Tía Celia.

Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.


Las historias relacionadas aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual, actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores para sus clases de evangelización.  Fuente: http://www.searadomestre.com.br/


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