En cierto sitio
bastante agradable, vivía una gallina llamada Petita.
Normalmente, Petita
estaba de mal humor, reclamando todo y de todos.
El pollero era muy
alto, el nido muy duro, el maíz no tenía gusto, las lombrices no eran
agradables, y el agua no era limpia ni fresca.
En fin nada estaba
bueno para doña Petita.
Las otras aves del
terreno andaban siempre alegres y felices, más doña Petita ya andaba mal con la
vida.
Si el gallo cantaba muy
temprano su co- co- ro-co – co, ella reclamaba que el no la dejaba dormir, si
el cantaba más tarde atendiendo su voluntad, reñía con el por qué hacía perder
la hora de levantar. Cuando los animales hacían fiesta en la graja, ella
reclamaba por el barullo; si no la invitaban para danzar y participar de los
juegos, se afirmaba abandonada por todos. En fin, no sabían que hacer para
agradarla.
Hasta que un bello día
oyó a la patrona conversando con el empleado encargado de tratar a los
animales:
Mañana temprano
quiero que usted coja a Petita y la mate. Yo deseo comer gallina ensopada en el
almuerzo. Y ella está bien gordita, a punto para ir a la cazuela.
La gallina, que
chiscaba por allí cerca, al oír eso se estremeció. ¡Querían botarla en una
cazuela!
Y Petita ya comenzó a
sentir los tormentos que la aguardaban.
Aquella noche, Petita
no conseguía dormir. Y cuando, al final, cerró los ojos, exhausta, tuvo un
sueño agitado. Soñó que el empleado corría tras de ella y la agarraba con
fuerza; ya se sentía en un cazo con agua hirviendo, y después alguien la tiraba
de las patas, dejándola peladita, peladita. Fue preparada con esmero, e iba a
ser colocada en el fuego, cuando ella despertó, sintiendo frió y toda arropada.
La pobre Petita lloro…
lloro mucho. ¡Quien podría ayudarla? ¡Ella a nadie le gustaba! Tenía la certeza
de que se quedarían muy felices con su sufrimiento y nadie sentiría su
ausencia.
El día comenzó a
clarear y Petita lamento, acordándose que nunca más oiría el co- co- ro – co-co
del gallo; que nunca más pondría los huevos en su nido, que ahora reconocía ser
tan blando y calentito; que no comería más el maíz gustoso y las tiernas
lombrices; que nunca más conversaría con nadie, y percibió como iba a sentir
nostalgia de todo aquello.
Solo entonces petita se
dio cuenta de cómo su vida siempre había sido de buena y agradable. ¡Cuánto
tiempo ella perdió quejándose!
¡Ho! ¡Dios! Si yo
pudiese volver a tras, haría todo diferente, pensaba suspirando profundamente.
El empleado ya se
aproximaba para cogerla, cuando surgió la patrona conduciendo a su hijo de la
mano.
El chaval, al ver la intención del empleado
comenzó a llorar, gritando:
¡No! ¡No quiero que
maten a Petita! ¡No quiero que maten a nadie!
Y la madre sorprendida
con la actitud de niño, replicó:
¡Mira esa, hijo mio!
¡Gallina ensopada está muy buena!
No quiero madre.
Prefiero comer patatas, si fuera por sacrificar a alguien.
La madre pensó… en la
actitud del hijo y al final concordó, diciéndole:
Tienes razón, hijo
mío. No debemos quitar la vida a nadie. De hoy en adelante todos los animales
de este sitio están a salvo y podrán vivir tranquilos.
Petita respiró,
aliviada. ¡Estaba salvada! ¡Y debía su vida justamente a aquel chaval que ella
siempre considerara tan agradable, y que ahora afirmaba gustarle ella!
Satisfecha y
carcajeando feliz, Petita abrazó a todos en el gallinero, e hicieron una gran
fiesta.
A partir de ese día,
Petita se transformó en una gallina alegre y satisfecha de la vida, no
cansándose de agradecer la bondad de Dios, que le diera una nueva oportunidad,
a través de la mano de un niño.
FIN.
Tía Celia.
Traducción: MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
Las historias relacionadas
aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de
responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual,
actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores
para sus clases de evangelización. Fuente:
http://www.searadomestre.com.br/
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