sábado, 4 de agosto de 2012

El Ladrón de Bananas




Dejando la selva donde vivía, un macaquito se aventuró por otros lugares. Estaba hambriento.

Los hombres destruyeron la selva, y el suelo quedó árido, seco, sin vegetación. Derrumbaron los árboles, después colocaron los enormes troncos en camiones que, resonando mucho, los llevaron para lejos; el resto fue quemado.

Y el macaquito así como los otros animales y aves, fueron obligados a abandonar sus refugios, procurando un lugar donde se pudieran recoger.

Pronto encontró un sitio bonito con grandes árboles. En medio de un césped, había una casa simpática, rodeada de flores. Un hombre salió de casa y, acompañado por un perro, fue a trabajar con la creación. El dio comida hablando con los animales: gallinas, patos, cerdos y caballos; después cogió leche de la vaca. Para cada uno tenía una palabra amable. 

El macaquito decidió que iba a vivir allí.

Teniendo coraje, se aproximó con cuidado. El perro, sintiendo su presencia, se puso a buscar y fue en su rastro ladrando feroz.

A los gruñidos, asustado, rápidamente el macaquito subió a un árbol y se quedó escondido en medio del follaje.

¿Qué pasa, Pingo? ¿Viste alguna cosa? – preguntó el dueño al perro.

Debajo del árbol, el perro continuaba ladrando sin parar, mirando para lo alto. Aproximándose el dueño miró para arriba y vio al macaquito que se estremecía de susto.

Eh, es sólo un macaco, Pingo. Déjalo en paz.

En unos días el hombre vio al macaquito que se aproximaba cada vez más. Una mañana, al despertar, encontró al animalito buscando restos de comida en el terreno.

Lleno de compasión, cogió unas bananas y las dejó sobre el muro de la cerca.

Arisco, el animalito sólo se aproximó después que el hombre entró en la casa.

De ese día en adelante, todas las mañanas el hombre dejaba algunas bananas para el nuevo amigo. Le puso el nombre de Miquito.

Él se habituó a tener la presencia del animal cerca cuando estaba trabajando.

En medio de su plantación, él tenía algunas bananeras. Hombre bueno, pero severo, él le avisó:

Miquito, yo no admito que robes mis árboles de bananas. ¿Entendiste?

El macaco lo miró y dio un grito estridente, como si hubiese entendido.

A pesar de esa recomendación, el hombre comenzó a percibir que alguien estaba revolviendo sus bananeras. De vez en cuando, una rama desaparecía.

¿Eres tú quien está robando mis bananas, Miquito?

Con sus ojos de persona, pequeños y abiertos, el macaco miraba para el amigo y balanceaba la cabeza negativamente.

Con dudas, el hombre se calló, pero no sabía qué pensar. ¿Quién más podría estar robando sus bananas?

Cierta noche cayó una gran tempestad. El viento fuerte agitaba los árboles, mientras rayos y truenos cortaban el aire. Los animales estaban muy agitados, temerosos. En la cerca nadie durmió.

A la mañana siguiente, cuando el dueño despertó, vio el destrozo que el temporal hizo. Los árboles habían sido arrancados, el depósito se quedó sin tejado, y en el terreno estaba todo fuera de lugar.

Cogiendo su vieja camioneta, decidió ir a la ciudad a buscar material para hacer los arreglos.

Había recorrido algunos centenares de metros, cuando vio a Miquito que, al lado del camino, lo acompañaba saltando de árbol en árbol. El animalito gritaba alto, desesperado, como si quisiera hablar con él.

El hombre paró el vehículo y descendió.

¿Qué esta pasando, Miquito? ¿Por que ese alboroto?

Pero el macaquito continuaba gruñendo, mirando y apuntando para el camino. Después cogió la mano del dueño y la empujo, como si quisiera que él lo acompañase.

Curioso, el hombre lo acompañó y, después de una curva, con sorpresa vio el destrozo que la lluvia hizo: ¡el puente fue completamente destruido!

El río, agitado mostraba una gran corriente por las fuertes lluvias que cayeron en la región.

Él cogió a Miquito en el pecho, abrazándolo:

Si no hubiera sido por ti, amigo mío, a esta hora habría caído al río. Gracias.

Volviendo al terreno, el dueño fue a hacer una visita en las plantaciones, para verificar los destrozos. En eso encontró a un joven que salía de un pequeño lugar que hiciera para guardar herramientas.

¿Qué estás haciendo en mí propiedad? ¿Y por qué estás con esa rama de bananas en los brazos? – preguntó serio.

Muy avergonzado, el joven explicó:

Vivo aquí cerca y estamos pasando necesidades. Entonces, cuando no tenemos nada para comer, vengo aquí y cojo una rama. Ayer fui sorprendido por la lluvia y el viento, siendo obligado a resguardarme aquí. Acabé durmiéndome y sólo desperté ahora. El señor me perdone, pero no soy un ladrón.

Condolido de la situación del joven, pensó: - ¿Y si fuese yo el que estuviese pasando hambre y necesitara robar para comer?

Se acordó de Jesús cuando afirmó que debemos hacer a los otros todo lo que nos gustaría que los otros nos hicieran.

El hombre procuró saber dónde vivía él y, después, lo dejo ir llevando la rama de bananas. Enseguida se volvió para el macaco, y dijo:

¡Y yo pensé que fueses tú el ladrón de bananas! Fui injusto y me arrepiento. ¿Tú me perdonas, amigo?

Miquito, gritando feliz, saltó al pecho de él, despeinándole los cabellos.

Más tarde, el hombre fue hasta la casa del joven y, confirmando la situación de miseria en que él vivía con la madre y dos hermanos menores, propuso:

Estoy necesitando de un ayudante en el terreno. ¿Quieres trabajar conmigo?

El muchacho sonrió, agradecido a Dios por la ayuda que les había mandado.

Y el hombre, ahora con la conciencia tranquila, volvió para el terreno con su amigo Miquito, seguro de que Jesús estaba contento con él.


Tía Celia.

Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.


Las historias relacionadas aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual, actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores para sus clases de evangelización.  Fuente: http://www.searadomestre.com.br/

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