sábado, 4 de agosto de 2012

El Pedazo de Pan



En un armario de cocina hablaban un pedazo de tarta, un pastel, algunas rosquillas y un humilde pedazo de pan.

Decía la tarta, toda orgullosa:

Todos me adoran, pues soy blanda y suave.

Una rosquilla replicó en su rincón:

Puede ser. ¡Pero, para la merienda de la familia, los niños no dispensan mi presencia!

Y el pastel, torciendo la nariz, respondía, irónico:  

En días comunes tal vez. Yo, sin embargo, soy siempre indispensable en cualquier mesa de fiesta. Mi presencia es esperada con mucha satisfacción, pues soy sabroso y gusto a los más exigentes paladares.

Delante de las palabras de los otros compañeros, el pedazo de pan se encogió más aun en su rincón, humillado.

La tarta, mirándolo con aire arrogante, preguntó:

¿Y tú, no dices nada?

El pobre pedazo de pan bajó la cabeza, triste. Se sentía disminuido delante de los compañeros, y sin valor ninguno. Al final, era sólo un pan.

El pastel replicó, sarcastico:

Déjalo. ¿No ves que él no sirve para nada? Sólo lo utilizan cuando no tienen una cosa mejor. Con tantos manjares gustosos como nosotros, su fin es quedarse aquí, escarnecido en este armario, hasta ser tirado a la basura.

Triste, el pan no respondió. Sabía que no tenía importancia alguna.

En eso, oyen un ruido en la cocina. Alguien se aproxima. Se callan.

La puerta del armario se abre y aparece la dueña de la casa y su hijo Paulito.

¿Tú que deseas comer, hijo mío?, pregunta la madre, atenta, ¿Tal vez algunas rosquitas?

No, mamá. Están un poco húmedas. Ellas me gustan sequitas.

Bien, ¿tal vez un pedazo de tarta? ¿O de pastel?

No, no. Son muy dulces – replicó el muchachito.

Y, mirando el pedazo de pan, el niño lo cogió con cariño mientras afirmaba:

Cuando estoy realmente con hambre, mamá, ¡no dejo mi pedazo de pan!

Con alegría, el pan dejó el armario, bajo las miradas consternadas de los compañeros.

También nosotros, en la vida, por más insignificantes que nos sintamos, tenemos nuestro valor y una tarea que cumplir.

Por eso no debemos considerarnos mejores que los otros, dejando que el orgullo se instale en nuestro corazón.

Tampoco no debemos considerarnos peores que los otros. Cada uno de nosotros es diferente y único, pero todos somos hermanos delante de Dios.

Todos nosotros tenemos valor.

FIN.


Tía Celia.

Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org

Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.


Las historias relacionadas aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual, actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores para sus clases de evangelización.  Fuente: http://www.searadomestre.com.br/

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