Caminando por la calle,
Celso estaba desanimado. Golpeó una lata y pensó:
Las fiestas no están siendo como yo soñé.
Durante el año escolar,
teniendo que hacer tareas y enfrentar pruebas, él tenía ansias por las fiestas
escolares prometiéndose a sí mismo no hacer nada, de nada. Quería descansar.
Hasta avisó Celso a su
madre, firme:
Mamá, en las fiestas
no quiero hacer nada. Nada de trabajo, nada de actividades. ¡No me despiertes!
¡Quiero dormir bastante.
La madre estuvo de
acuerdo. Ahora, Celso dormía hasta mediodía, despertándose sólo a la hora del
almuerzo. Después, estaba el resto del día sin hacer nada. Al principio hallaba
esa vida, buena, después, sin saber porqué, empezó a sentirse irritado y
descontento, reclamando por todo.
Los colegas insistían
para que fuese con ellos a jugar a fútbol o para ir a la piscina, pero el niño
se negaba diciendo:
No voy, no.
¡Quiero descansar!
Cierto día una amiguita
de Celso, pasando por su casa y viéndolo en el portal, le invitó:
Tengo un grupo que va a llevar sopa a una
favela y voy a juntarme con ellos. ¿Quieres ir también?
¿Estás bromeando?
¿Con ese sol y ese calor que está haciendo? ¡Ni pensarlo!
Pasó una semana…dos
semanas…
En la tercera, Celso ya
no aguantaba más la monotonía.
Observando a su madre
lavar ropa, el niño se desahogó:
Mamá, no sé lo que
está pasando conmigo. Estoy sin ánimo. He perdido el hambre. No he conseguido
dormir seguido toda la noche. Paso las horas acostado, sin sueño. ¡Y, lo peor,
es que vivo cansado!
La madrecita se secó
las manos en el delantal, miró a su hijo desanimado y sonrió, comprensiva:
Es exactamente porque
tú no estás teniendo ninguna actividad útil, hijo mío. Cuanto menos hagas, más
cansado estarás.
Se sentó al lado de
Celso en un banco allí cerca y continuó:
Para poder vivir,
Dios nos dotó de energías. Esas energías tienen que ser bien utilizadas por
nosotros. Por eso sentimos necesidad de trabajo, de movimiento, y de
actividades.
Pero cuando acabó el
año escolar yo estaba muy cansado y no quería ver libros frente a mí.
Muy justo, porque
estudiaste y te esforzaste bastante durante el año, hijo mío, y necesitabas
descansar. Ahora ya estás descansado y necesitando poner el cuerpo en
movimiento y la mente. Existen otro tipo de actividades que nos distraen,
alegran y animan. Leer un buen libro, hacer deporte, una visita, ayudar a
alguien, son cosas útiles y agradables.
Celso pensó un poco y
concluyó que la madre tenía razón.
Aquella tarde, acompañó
a los amigos al club para un partido de fútbol. Volvió para casa con otro
aspecto.
Al día siguiente
encontró a la niña que iba a llevar sopa a la favela y se dispuso a
acompañarla. Vio tanta necesidad y sufrimiento, que se conmovió. Ayudó a
distribuir la sopa y el pan, habló con los niños, visitó a las familias y volvió
a casa con nuevo ánimo.
Acalorado y
sonriente, entró en casa y relató a la madre lo que hiciera. Estaba con otro
aspecto y tenía un brillo diferente en la mirada.
Se sentó y comió sin
protestar. Con las actividades del día, se sentía cansado pero satisfecho.
Aquella noche durmió y tuvo el sueño tranquilo. Al día siguiente despertó
pronto, bien dispuesto y animado, afirmando:
¡Mamá, yo quiero
aprovechar mis vacaciones!
FIN.
Tía Celia.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
Las historias relacionadas
aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de
responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual,
actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores
para sus clases de evangelización. Fuente:
http://www.searadomestre.com.br/
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