Sentada en la puerta de su casa en compañía de Claudia, una amiga, Mariana se divertía observando a las personas que pasaban, haciendo comentarios en torno de cada una de ellas. Y decía, riendo:
Ves, Claudia, aquella
mujer al otro lado de la calle. ¡Qué ropa más horrorosa!
En breve comentaba:
¿Y aquella otra? Mira
el pelo de ella, desgreñados. ¡Parece una bruja! ¡Sólo falta la escoba! – y se
carcajeaba.
Al ver a un niño que
pasaba frente a ellas, criticó en voz alta, sin preocuparse que la oyese:
¡Mira los tenis de
ese niño! ¡Están todo sucio y roto! Debe haberlo encontrado en un cubo de
basura.
El niño, que oyó la
observación de Mariana hecha con desprecio, se volvió y miró para ellas con una
expresión de tristeza y humillación y, bajando la cabeza, continuó su camino
sin decir nada.
Claudia, de corazón
bueno y generoso, quedó muy avergonzada con la actitud de la amiga.
Mariana, necesitamos
tener respeto con las personas. No podemos tratarlas de esa manera. ¿Viste como
el niño se quedó triste?
Indiferente, Mariana
replicó, balanceando los hombros:
¿Qué me importa? ¡Es
bueno incluso que lo haya oído, así no saldrá más a la calle de ese modo!
Él no tiene culpa de
ser un niño pobre, Mariana. ¡Con seguridad es el mejor par de zapatos que
tiene! Además de eso, Jesús enseñó que debemos hacer a los otros lo que
queremos que los otros nos hagan. ¿A ti te gustaría que alguien obrase así contigo?
Mariana, sin embargo,
que no estaba acostumbrada a ser replicada por la amiga, protestó con malos
modos:
¡Tú eres una tonta!
¡Me voy!
Se levantó irritada y
entró golpeando la puerta, dejando a Claudia sola en el portal.
La madre, al verla
llegar de aquel modo, preguntó:
¡Que falta de
educación, hija mía! ¿Por qué golpeaste la puerta de esa manera?
Y Mariana, en una
crisis de rabia, respondió nerviosa:
¡Claudia me irrita,
mamá! No quiero saber más de ella. No soy más su amiga.
La madre no dijo nada,
limitándose a llamándola para almorzar.
La familia se acomodó
para comida. Sentados a la mesa, Mariana continuaba de pésimo humor: quejándose
del hermanito, que no comía bien; del abuelo, que hacía ruido al tomar la sopa;
de la comida, que no estaba a su gusto; y hasta del perro, que ladraba en el
patio.
Después de la comida,
la madre llamó a Mariana, se sentó con ella en el sofá y, abrazándola al corazón
con mucho cariño, le preguntó:
Hija mía, ¿quieres
contarme que ocurrió que te dejó de tan mal humor?
Más calmada, Mariana
contó todo lo que ocurrió. La madre oyó y, con serenidad, acordándose de todas
las veces que había alertado a la hija sobre ese problema, consideró:
Tú amiga Claudia
tiene razón, querida mía. Comienza a observar tu comportamiento y verás que tú
sólo miras el lado negativo de todo. A la hora del almuerzo incluso, te
limitaste a criticar al hermanito, al abuelo, la comida y hasta del perro que
tanto te gusta. ¡Nada dices agradable para nadie!
La bondadosa señora
paró de hablar, analizando el efecto de sus palabras, y prosiguió -- ¿No crees
que debes cambiar de manera de encarar la vida, procurando ver más el lado
positivo de las personas, de las situaciones y de las cosas? Tú serás mucho más
feliz, puedes creerlo. Además de eso, Jesús enseñó que cada uno recibirá de
acuerdo con las propias obras. Aquello que sembramos, recogemos. Es de Ley.
Mariana oyó las
palabras de la madre y permaneció pensativa el resto del día.
Aquella noche, fueron a hacer una visita a la
abuela que vivía al otro lado de la ciudad. De vuelta, el tiempo cambió para
llover y hacía mucho viento. La temperatura cayó y, cuando llegaron a casa, ya
estaba lloviendo.
Al día siguiente,
Mariana despertó con dolor de garganta y completamente sin voz. Al ver a la
madre en la cocina preparando el café, cogió una hoja de cuaderno y escribió:
Mamá tenías razón.
¡Ya estoy recogiendo!
Al leer lo que estaba
escrito, la madrecita sonrió encontrándole gracia y respondió:
Es natural que tú
estés con la garganta irritada, hija. ¡Ayer cogiste mucho frío!
Pero a pesar del
comentario materno, Mariana conservó la íntima seguridad de que estaba
recibiendo por lo que hacía a los otros. Había hablado demasiado,
menospreciando a sus semejantes, y ahora estaba sin voz.
¡¿Y si no puedo
hablar nunca más?!...pensó ella asustada.
En aquel momento,
Mariana tomó una decisión. Procuraría cambiar su manera de obrar, realzando el
lado bueno de todo y pasaría a respetar a todas las personas.
Comenzó a poner en
práctica sus buenas disposiciones después de salir de la casa para ir a la
escuela, pidiendo disculpas a Claudia por lo que hizo. Pero, tranquila y de
buen humor, la amiga ni se acordaba más del enfado.
Satisfecha de la vida,
levantando la cabeza y mirando al cielo, Mariana exclamó contenta:
¡Qué día bonito!
FIN.
FIN.
Tía Celia.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Fuente: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
Las historias relacionadas
aquí fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de
responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual,
actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores
para sus clases de evangelización. Fuente:
http://www.searadomestre.com.br/
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